Habrá que recurrir a los besos evaporados,
a las lunas rozándose en cada uno de ellos,
y luego, ahora si, tratar de dormirse.
Archive for agosto 2007
Nahui Olin by Matías Santoyo
lunes, 27 de agosto de 2007 § 1

"¡Qué me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mi hay un reino donde yo sola soy..!"
Nahui Olin
miércoles, 15 de agosto de 2007 § 2
"Soy dos, y ambos mantienen la distancia
-hermanos siameses que no están unidos."
-hermanos siameses que no están unidos."
Fernando Pessoa
El western es mejor que la vida
domingo, 12 de agosto de 2007 § 0

*Leído en la Feria del libro y la lectura en agosto del 2006, a propósito del número de la revista Tierra Adentro dedicado al cine
Por Ana Carolina Corvera García
¡Ay deseo, jamás te vuelvas realidad! Nemer Ibn
Basta una imagen, cualquier signo, para que llegue la sonrisa. Puede ser un solo hombre, de pantalones empolvados, pistolas al aire, un puro en la boca y el rumor de algunos estallidos. Puede agregarse otro elemento: un adversario que imite los movimientos del primero, pero con un gesto ineludible de villano. Alrededor la serenidad permanece aunque los hombres, dos forajidos, tomen posiciones de duelo y a uno le espere su muerte. A los felices testigos resta afianzar las manos para contener los impulsos y apretar los ojos, pero sin cerrarlos. Eso y disfrutar cada uno de los detalles que observa.
Seguramente para el Kid Bonachón y su archi enemigo el Malvado Vil, cada minuto es interminable, pero a quienes los miran del otro lado, sentados cómodamente en una sala y en completo anonimato, les invade el sopor de la certeza. A nadie le cabe duda: el héroe justiciero saldrá victorioso mientras el adversario muere, devolviendo así la paz a un pueblo olvidado, cuyas rutas se confunden con el polvo. A pesar de la desgracia ocurrida esta y cada vez que hay una historia western en el cine, permanece la sonrisa, porque se sabe que habrá un final. ¡Qué suerte! Esas cosas sólo pasan en las películas de vaqueros.
El cine es una estructura entretejida, donde cada elemento contribuye a nuestro pacto con la fantasía, desde la disposición adquirida una vez que elegimos la película, hasta el edificio poco habitual que nos da entonces el abrigo. Las salas de cine, antiguamente magnánimas, impregnadas de lujos arquitectónicos, elitistas; ahora llenas de colores chillantes, con fuente de sodas e incluso aires de tianguis dominical. Todo está dado para el encuentro; en este espacio es posible encontrar o redescubrir otros mundos, regresar en el tiempo, recorrer doscientas ciudades en pocas horas, encontrarse con otros o incluso con nosotros mismos.
Nos convertimos en presa fácil de lo que se proyecta. El cine permite conciliar otra faceta de nuestra vida, observarnos de lejos, que nos demos cuenta de las bondades o las penurias de nuestra existencia. Vemos a través de los ojos del otro cómo todo pude ser imperfecto, incluso horroroso, y con esta visión podemos justificar un profundo desencanto y una melancolía inagotable. O puede suceder al contrario, que otra mirada sea la que descifre la nuestra, y entendamos que el alma puede transformarlo todo, y así, que los momentos difíciles nunca fueron más que contratiempos de una vida maravillosa, llena de magia.
“No podemos vivir sin historias”, es esta la mejor justificación –y pretexto- para no abandonar el cine, se sostenga o no de fórmulas. Los gustos varían, pero lo cierto es que cada tipo de historia encierra sus bondades. Al cine de autor lo saboreamos sin certezas; aunque lo deseemos, es imposible la predicción. El film avanza, cada escena es un signo que nos invita al análisis, la interpretación. Vamos construyendo nuestra película conforme ella se devela ante nosotros. Y entonces, cada nuevo camino trazado es una incitación a cambiarlo todo en la construcción que teníamos apenas un segundo antes. Esa es la delicia.
En el cine denominado “de género” por otro lado, es posible presenciar un asesinato a sangre fría, al igual que los azares de una relación amorosa, y sufrirlos con calma, sí, sufrir serenamente. Sabemos de antemano que el camino irá, al fin, hacia algo seguro, que los personajes, luego de una vida tortuosa, se encontrarán y todo será diferente, tanto que se disolverán los malos ratos y eso nos contagia una promesa. El gozo es que estas películas nos atrapen, nos envuelvan, nos hagan sufrir con ellas, para después otorgarnos el descanso cuando todo termina.
El western, al igual que las comedias románticas, las películas de horror y las de suspenso, quizá los tipos de película más vistos, en su calidad de proyección y de pacto fantástico, son mejores que la vida porque representan el deseo. Son historias que quisiéramos o no vivir realmente, pero que de la voluntad no dependería vivirlas. En pantalla hay, casi siempre, situaciones inalcanzables que podríamos armar, posiblemente, si alguien se dedicara a captarnos para editar los mejores fragmentos y convencernos a nosotros y a los otros de que es eso nuestra vida. Pero en la imposibilidad está el encanto, la situación sería distinta si todos tuviéramos una vida como las que se cuentan los films.
El cine es un arte de gran belleza: nos ofrece, además de sus recursos, la captura de un instante. Ese retrato nos envuelve porque muestra el fragmento con mayor emoción, depurando de lo que nos pudiera ser irrelevante. Se trata de presenciar los detalles más significativos en la vida de los protagonistas, para compartir o incluso doblar las emociones que atraviesan ellos. Así, aunque nos adviertan la mediocridad del personaje, seremos testigos del minuto exacto en que se transforma, y disfrutaremos la metamorfosis junto a él, con la satisfacción de haberle reconocido antes de que llegara su golpe de suerte.
En su edición agosto-septiembre de 2006, la revista Tierra Adentro dedica sus páginas a los quehaceres del cine, y en cada línea se guardan los nombres y las perspectivas de jóvenes promesas, así como de investigadores experimentados, no sólo en el área del cine, también de las artes plásticas y de la literatura, quienes nos describen el universo que hay tras la pantalla grande, nos hablan de los elementos que lo constituyen, de su impacto, de las emociones que pueden provocarnos, e incluso nos develan secretos de la expresión cinematográfica en tanto arte, y de nosotros mismos, revelándonos qué es lo que involucramos cada vez que asistimos a una sala.
Son los expertos quienes nos caracterizan las mejores películas, a juicio las desgajan y las clasifican, para luego voltear el rostro y enseñarnos cómo hacer lo mismo sin sufrir en el intento. El critico, por su parte, nos confiesa sus rutas, sus decisiones y enemistades, y habla de cómo es que ha forjado su personalidad, siempre en función de su trabajo. Los investigadores se colocan ahora del otro lado para comprender al espectador, y remitirnos a experiencias compartidas. En la sección de fotografía, se nos ofrece un reencuentro con esos palacios donde nuestros padres y nuestros abuelos vieron su primera película, posiblemente uno de esos palacios sea el lugar donde se conocieron. La intimidad está en cada parte de esta revista.
Placer es la palabra que ahora nos remite al cine, y es también el mejor adjetivo de este número Tierra Adentro. Está el placer –y el reto- de recordar cuál fue nuestra primera película, el placer de meditar nuestras experiencias sobre el cine y el de ver el film a través de los ojos de otros, porque ahí estamos, muchas veces, nosotros mismos. Es esa belleza a la que responde la creación cinematográfica que nos conmueve; encontramos a los autores en ese lugar, compartiendo sus deseos para que veamos los nuestros reflejados en la pantalla. Y nosotros permanecemos en la búsqueda y la construcción de lo que somos y lo que queremos cada vez que presenciamos algo, con ese ánimo del vouyerista que disfruta sin tocar, atravesando la mirada en un momento que no es suyo, pero que al contemplarlo, de muchos modos ya le pertenece. Es indudable que cada película tiene mucho de nosotros o viceversa, porque nos refleja silenciosa y sonriente, aunque apenas le hayamos conocido.
Acudir al cine es un encuentro constante con lo que no podremos vivir, y en ese ínter hay un diálogo entre los autores y su público, en la medida que las películas reflejan, de mayor a menor grado, los deseos de unos y otros. Se plantea un deseo desde que nace, y se vuelve otro cuando la película es observada. Ahí radica el encanto. El ánimo del vouyerista que disfruta sin tocar, sólo inmiscuyéndose, atravesando la mirada en la casa del vecino, para ver algo que no es suyo, pero que al contemplarlo, de algún modo también le pertenece. En este sentido el cine se acerca y aleja de nosotros mismos, primero porque representa un deseo que responde a nuestra intimidad, y luego porque es en la proyección donde nos podemos ver reflejados, en una especie de desdoblamiento, para darnos cuenta de cómo marchan nuestras vidas.
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