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Homenaje al poeta. 16 de marzo 2006

sábado, 18 de marzo de 2006 § 1


Sobre Jaime Sabines, el unificador de intimidades.

Por Ana Carolina Corvera García

I
YO NO LO SÉ DE CIERTO, pero creo que el sonido que destruye ese equilibrio llamado silencio, es el amor. No lo sé de cierto, lo supongo tal como aprendí alguna tarde del maestro Sabines, de su poesía. Nada sabemos de cierto y sin embargo es posible dudar con cierta malicia de todas las cosas hasta el momento de suponer, apoyados únicamente en la experiencia, la contemplación.
Dice Sabines en una entrevista, a propósito de la poesía:

Un poeta es una gente ‘descarnada’, es decir, una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto, las cosas que suceden le afectan más que a otros. No tiene nada que lo cubra, que lo proteja, y entonces, como respuesta a la vida, se le da la poesía.

Cada cosa, cualquier espacio, desangra y duele al poeta. Nada le pasa desapercibido. Ser descarnado, estar sin piel, es recibir al mundo en las entrañas hasta sangrarlas. Escuchar el murmullo de todas las cosas mudas es la hermosa condena del individuo que se atreve a andar sin la piel, pues es entonces cuando nace la poesía. El descarnado sufre y goza más que los otros, especialmente la belleza, porque sabe que ella se marchita un segundo antes de abrazarla, no pude nunca pertenecernos del todo; vamos siempre un paso tras ella. El recuerdo se vuelve entonces el presente irremediable, lejano, muchas veces pavoroso. De esa persecución constante que el descarnado hace de lo fugitivo es de donde emerge la poesía.

Pero el recuerdo no es sinónimo de idea; no nos habla en Sabines de un romántico herido y abandonado que lucha por mantenerse así, lejos de una realidad inmediata. El anhelo de la belleza y del mundo natural, viene de imágenes reales; visiones y evocaciones de otro cuerpo, con el que podemos contemplar, mas nunca vivir en sus adentros. El otro, lo otro, siempre nos es un poco lejano, así digamos nos pertenezca. Cuando Sabines nos habla de ir sin piel por el mundo, imaginamos pues no un desprendimiento físico, sino uno metafórico en el que podríamos ver al mundo como hombres, ya no aquel primero en la añoranza colectiva, sino sólo como hombres en nuestro lugar dentro del orden cósmico. Estar descarnado es estar sin esa piel que nos aleja cada vez más de los otros y de nosotros mismos, esa que nos parcializa, nos divide en grupos. Nos rompe.

§ 0


II

En la tradición no sólo poética sino filosófica, distinguimos al alma y al cuerpo, dos entidades fundamentales opuestas entre ellas, que a su manera rompen la armonía de un silencio inicial, ese del que emergen todas las cosas, todas las posibilidades. Por un lado el cuerpo, ser y deber ser de los temperamentos poco volátiles y terrenos. Por el otro la ausencia, única realidad de los que Jacobsen o Rilke definen “melancólicos”. La mayor parte de la literatura universal nos demuestra por qué tal o cual estado – el corporal o el de la ausencia- es más o menos bello, aceptable, poético. Se puede amar con valía lo ausente y hacer de cada acto una poesía, como en Werther, o pude uno apegarse a lo terreno, es decir sólo a aquellas cosas que se pueden tocar, haciendo de esa satisfacción constante una poesía.

Si bien la literatura nos coloca de manera cuasi religiosa en alguna de las dos posturas, es cierto que así como alma y cuerpo nos dividen, nos imponen una dicotomía; por ende esa literatura sólo llega a una parte de nuestra intimidad, sólo cubre y alimenta una parte de nuestros silencios. Aun cuando la literatura busca desde los inicios conquistar nuestra intimidad, lo logra en proporción muy pocas veces. O piel o ausencia; o nostalgia o sensualidad. Sabines toca lo íntimo porque en su poesía no es un estado sin el otro. La nostalgia es amante de los muslos blancos; el vientre rojo y punzante es el consuelo de la desesperanza. La poesía de Sabines apaga la bifurcación: Existe un lugar para los amorosos, es decir aquellos buscadores de la costilla que nunca han tenido vacía y ríen de los que “saben todo” porque su amor les ha dado el irrefutable poder de la experiencia; y existe a su vez un instante para decir que “sólo los árboles esperan, tú no esperes, es el tiempo de vivir, el único”.

El deseo no es un sustituto de lo corpóreo, sino una invitación para entregarse a ello; el recuerdo, una incitación a repetirlo. En Sabines las entidades se unen, no hay oposición. Hay una entidad compuesta de alma y de cuerpo que llega pues por ambos lados, acariciando la intimidad - me atrevo a decir cualquier intimidad, sea cual sea su escritura individual-. En sólo 4 líneas de tremenda sencillez, Sabines alcanza nuestra memoria sensorial y nuestros deseos a un tiempo cuando dice:

Me dueles
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.

Nada queda de mí después de este amor.

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III

El encuentro con la poesía de Sabines no puede ser un acto impune. A cada instante se pregunta uno si es que alguien no ha deseado alguna vez, juntar todas las palabras de amor pronunciadas en el mundo para darlas en ofrenda, o quemarlas y desparecerlas cuando no queda otro remedio; me pregunto si la tía que perdí no era como la tía Chofi; si es que alguna vez me vi en la acera de enfrente o en algún otro sitio y me he llamado con un nombre que no es el mío, sino con uno parecido al del joven y viejo Tarumba.

Me pregunto si una parte de mí nació de la saliva y la otra del silencio. Me pregunto también si cada cosa que existe la nombro sólo para recordarla. Y encuentro que ese punto de unión entre mi parte de silencio y la de saliva, sólo hay un destino posible: el lenguaje del amor: el de las palabras murmuradas, el de los besos callados, el que está atrapado en las frases cotidianas, que si son para quien se ama, en la más grande y pura concepción del amor a los otros, son siempre lenguajes laterales y subversivos que nos delatan.

Todos nacemos descarnados, pero nos cubrimos de piel con el paso de los años, buscando, quizá sin querer, la pertenencia. Así vamos, cubiertos incluso de nosotros mismos, hasta que en algún lugar y con mucha suerte, nos alcanza un poeta que trasgrede esa intimidad perdida, la unifica, nos la devuelve y así nos hace poco suyos.

Toda certeza proviene de la sensación y la experiencia. Toda palabra es arrancada de algún lugar del silencio. Yo no lo sé de cierto, pero creo que ese movimiento que rompe cualquier equilibrio aparente, es el amor. No lo sé de cierto, pero lo supongo.

Los hermosos lugares de antaño...

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No tengo ambiciones ni deseos.
Ser poeta no es mi ambición.

Es mi manera de estar solo.

Fernando Pessoa

Conmoción (es)

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Para Javier

¿Acaso podría algún otro hacer tan felices a los demás con tan pocas palabras? ¿Con todo ese silencio?

Sólo un poeta.

Fue la ausencia

§ 1



I

Aunque el rumor de la vida gastara en su viaje las sales de mi cuerpo, un olor ausente, casi etéreo, embriagaría mi destino. Soy lo que no buscaste; mi palabra es silencio, y los silencios no existen.

II
Nací de estrellas y entre las aguas vine. Aprendí el lenguaje de los mares, con suspiros trémulos y el gesto a veces cansado.
Siempre estuve callada.
El silencio fue el himno que inmaculó mis deseos, cada uno fue mientras dormía; así, clandestinos, no murieron jamás. Mi corazón se alimentó del sueño, y en ese beso que dejé en las olas, flores oscilantes y destinadas a la muerte, ofrecí mi aliento al dolor de las cosas que perdí sin conocer, al delito sombrío de amar las ausencias.

III
Un día tu dolor se enterró en mí. Invocaste palabras no dichas y salí a tu encuentro. Olías a mar. El tiempo concibió una fisura mutua; tu camino descartó en adelante los motivos de un rumbo. Luego tu imagen, apenas trazada, se borró pronto, ligera entre la espuma.
Fue la ausencia dulzura para mis ficciones, para todas las cosas que fuera de mí no viven; aseguré la eternidad de mi silencio. Tu ausencia se parecía a la muerte pero no era ella, sino su irremediable pretexto.

IV
Entre caracoles y arena descubrí un lugar para pensarte; la canción con que te honro es en mi silencio la resonancia perpetua. Mi canto está en las notas apagadas, en las melodías que reproduce el mar; mi canto es el amor que no te digo, en el calor de la ausencia, tentada siempre por los misterios de la posibilidad.
Aquel día me perfumó tu aliento, un suspiro mordaz y suplicante, equilibrio perfecto entre el viejo Gargantúa y los pétalos de una flor.
Entre algas moribundas recordé tu sombra y deseé que en ti existiera lo que el cielo es al mar. Soñé que mi alma era la eterna espera; mi silueta un polvo al que amabas, siempre. Soñé que mi sombra te evocaba un olor tan dulce como los vapores de sal y saldrías a buscarme. Imaginé que un día regresarías por mí.
Te esperaré cantándole a la luna en fervoroso silencio, mientras las olas se llevan poco a poco los trozos de mi vida.

Sobre la literatura

§ 1

Cualquiera es potencialmente capaz de decir algo importante (es decir con esa carga mayúscula caracterizada por la universalidad) al menos una vez. En una conversación cualquiera, o en una representación improvisada donde la palabra se evapora, lo dicho puede balancearse entre una novedad pasajera o una cuestión innegable, trascendente. En la literatura, el reto es decir lo que se quiera, sea lo que sea, de modo tal que cobre suma importancia, ese carácter universal que hace a la inmortalidad. El reto es decir y sustentarlo en el papel, y que ello permanezca y trascienda mientras la evolución de las vidas humanas lo permita.

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