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lunes, 9 de junio de 2008 § 0

Tienes 5 años. Hace dos minutos estabas dormida, inmóvil, con el ánima encima -por eso te costó despertarte- pero es que las palabras eran demasiado fuertes, demasiado para los oidos tiernos de una niña que cree en las hadas de los cuentos.
Te levantas, de puntitas. Vas hacia la puerta. Las dos semillas pelean porque se envidian los colores, porque el miasma de una es seductor para la otra y ya no quieren juntarse. Qué se yo.
Tienes 5 años y no tienes miedo. Te colocas en medio, y con tu rostro delgado y tus manos ligeras pides que todo se detenga. Dices que quieres dormir. Que mejor se lleven al ánima que te absorbe la vida, que te consume por las noches. No te escuchan. Nadie lo hace. Tu voz es demasiado líquida, se derrama por debajo de la puerta y se va. Tienes otras cosas que decirles pero se te embarañan entre los pulmones y te condenas al silencio. De un golpe te hacen a un lado. Y ya siempre lloras hacia adentro, tienes la voluntad de extender las manos para evitar los choques entre las dos raíces, entre los polos opuestos, pero es que ninguno te escucha; ninguno se condolerá de tus lágrimas si las sacas. En ese mundo, detrás de la ventana, te haces polvo como todo lo que dices. Por eso ya no hablas, por eso te escondes y decides que sea para siempre. Tu vida sería bonita si te convirtieras en una nube delicada. En la brisa que rie, viaja o se diluye: tus pasos atenderían solamente a la voluntad del aire.

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