sábado, 18 de marzo de 2006 § 0


II

En la tradición no sólo poética sino filosófica, distinguimos al alma y al cuerpo, dos entidades fundamentales opuestas entre ellas, que a su manera rompen la armonía de un silencio inicial, ese del que emergen todas las cosas, todas las posibilidades. Por un lado el cuerpo, ser y deber ser de los temperamentos poco volátiles y terrenos. Por el otro la ausencia, única realidad de los que Jacobsen o Rilke definen “melancólicos”. La mayor parte de la literatura universal nos demuestra por qué tal o cual estado – el corporal o el de la ausencia- es más o menos bello, aceptable, poético. Se puede amar con valía lo ausente y hacer de cada acto una poesía, como en Werther, o pude uno apegarse a lo terreno, es decir sólo a aquellas cosas que se pueden tocar, haciendo de esa satisfacción constante una poesía.

Si bien la literatura nos coloca de manera cuasi religiosa en alguna de las dos posturas, es cierto que así como alma y cuerpo nos dividen, nos imponen una dicotomía; por ende esa literatura sólo llega a una parte de nuestra intimidad, sólo cubre y alimenta una parte de nuestros silencios. Aun cuando la literatura busca desde los inicios conquistar nuestra intimidad, lo logra en proporción muy pocas veces. O piel o ausencia; o nostalgia o sensualidad. Sabines toca lo íntimo porque en su poesía no es un estado sin el otro. La nostalgia es amante de los muslos blancos; el vientre rojo y punzante es el consuelo de la desesperanza. La poesía de Sabines apaga la bifurcación: Existe un lugar para los amorosos, es decir aquellos buscadores de la costilla que nunca han tenido vacía y ríen de los que “saben todo” porque su amor les ha dado el irrefutable poder de la experiencia; y existe a su vez un instante para decir que “sólo los árboles esperan, tú no esperes, es el tiempo de vivir, el único”.

El deseo no es un sustituto de lo corpóreo, sino una invitación para entregarse a ello; el recuerdo, una incitación a repetirlo. En Sabines las entidades se unen, no hay oposición. Hay una entidad compuesta de alma y de cuerpo que llega pues por ambos lados, acariciando la intimidad - me atrevo a decir cualquier intimidad, sea cual sea su escritura individual-. En sólo 4 líneas de tremenda sencillez, Sabines alcanza nuestra memoria sensorial y nuestros deseos a un tiempo cuando dice:

Me dueles
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.

Nada queda de mí después de este amor.

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