
Sobre Jaime Sabines, el unificador de intimidades.
Por Ana Carolina Corvera García
I
YO NO LO SÉ DE CIERTO, pero creo que el sonido que destruye ese equilibrio llamado silencio, es el amor. No lo sé de cierto, lo supongo tal como aprendí alguna tarde del maestro Sabines, de su poesía. Nada sabemos de cierto y sin embargo es posible dudar con cierta malicia de todas las cosas hasta el momento de suponer, apoyados únicamente en la experiencia, la contemplación.
Dice Sabines en una entrevista, a propósito de la poesía:
Un poeta es una gente ‘descarnada’, es decir, una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto, las cosas que suceden le afectan más que a otros. No tiene nada que lo cubra, que lo proteja, y entonces, como respuesta a la vida, se le da la poesía.
Cada cosa, cualquier espacio, desangra y duele al poeta. Nada le pasa desapercibido. Ser descarnado, estar sin piel, es recibir al mundo en las entrañas hasta sangrarlas. Escuchar el murmullo de todas las cosas mudas es la hermosa condena del individuo que se atreve a andar sin la piel, pues es entonces cuando nace la poesía. El descarnado sufre y goza más que los otros, especialmente la belleza, porque sabe que ella se marchita un segundo antes de abrazarla, no pude nunca pertenecernos del todo; vamos siempre un paso tras ella. El recuerdo se vuelve entonces el presente irremediable, lejano, muchas veces pavoroso. De esa persecución constante que el descarnado hace de lo fugitivo es de donde emerge la poesía.
Pero el recuerdo no es sinónimo de idea; no nos habla en Sabines de un romántico herido y abandonado que lucha por mantenerse así, lejos de una realidad inmediata. El anhelo de la belleza y del mundo natural, viene de imágenes reales; visiones y evocaciones de otro cuerpo, con el que podemos contemplar, mas nunca vivir en sus adentros. El otro, lo otro, siempre nos es un poco lejano, así digamos nos pertenezca. Cuando Sabines nos habla de ir sin piel por el mundo, imaginamos pues no un desprendimiento físico, sino uno metafórico en el que podríamos ver al mundo como hombres, ya no aquel primero en la añoranza colectiva, sino sólo como hombres en nuestro lugar dentro del orden cósmico. Estar descarnado es estar sin esa piel que nos aleja cada vez más de los otros y de nosotros mismos, esa que nos parcializa, nos divide en grupos. Nos rompe.