Dulce y terrible, la exquisita combinación

domingo, 13 de agosto de 2006 § 0


"Reinó un breve silencio, que yo corté con las palabras siguientes:
Esto me hace pensar en una jovencita. Puede decirse que, durante los primeros diecisiente años de su clara vida, ella no hizo sino mirar. Sus ojos eran tan grandes y tan personales, que todo cuanto recibían lo gastaban ellos mismos, y en todo el cuerpo de esta criatura joven, la vida se desenvolvía independientemente de ellos, alimentada de ruidos sencillos e íntimos. Pero, al finalizar aquella etapa, no sé qué suceso demasiado violento desordenó aquellas vidas distintas que apenas se tocaban: los ojos horadaron, en cierto modo hacia el interior, y todo el peso de afuera cayó, a través de ellos, sobre el obscuro corazón; y cada día se abismaba con tal fuerza en esas miradas altas y profundas, que, al fin, el corazón estalló como un vaso dentro del pecho angosto. Entonces, la jovencita se volvió pálida; se marchitó; buscaba la soledad para meditar. Y, por fin, obtuvo aquel silencio en el que los pensamientos no son perturbados por nadie.
-¿Qué? ¿Murió? – preguntó mi amigo, dulcemente, con la voz un poco ronca.
- Se ahogó en un estanque tranquilo y profundo, en cuya superficie se formaron muchos círculos que se ampliaron lentamente, hasta llegar a los nenúfares blancos, de modo que las flores, al ser bañadas por el agua, se hermosearon"


Rainer María Rilke. Historias del buen Dios.

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